Pocas plumas pueden leerse en la prensa gráfica argentina (o lo que queda de ella) que reúnan lucidez, integridad ética y una trayectoria ético-política coherente. En esa ardua intersección resalta el nombre de Mempo Giardinelli, uno de los intelectuales esenciales, acaso uno de los últimos que merezca esa denominación (considerando que Viñas, Rozitchner, González y Feinmann nos han dejado), ya que o bien el intelectual pone sus palabras al servicio de la defensa de un espacio público de debate, en donde lo innegociable es la soberanía nacional en todos sus rasgos, como Mempo hace desde hace muchísimo tiempo a través de sus inmejorables columnas en Página 12, o por el contrario traiciona su misión. Un elucubrador profesional, un escolástico de salón, no es un intelectual.
A los trabajadores y trabajadoras del intelecto nos convocan las causas populares, no la complacencia con una élite extranjerizante que funge como burguesía nacional. Ella ya dispone de sus propios hermeneutas: el crepuscular Sebreli es una de las opacas joyas de la corona del reaccionario medio criollo. De esto se sigue, tal como Mempo entiende el escenario político nacional, que ya no tiene sentido permanecer en la actual configuración del Frente de Todos, porque si hay algo antipopular y concesivo para con los históricamente privilegiados de este país lo encarna el desaguisado que configura el gobierno que preside Alberto Fernández y que conduce, en la práctica, Sergio Massa (el mochilero del imperio).
No hay conciliación posible: estar del lado del pueblo y seguir esperando decisiones que vayan en su favor, que provengan de la estilográfica, sin tinta, del Fernández que no será convocado por la historia. Tuvo su oportunidad, ¡vaya si no fue una esperanza en el 2019!, pero la desperdició una y otra vez con sus marchas, contramarchas, indecisiones o, directamente, traiciones al pacto que había rubricado con sus votantes. Poco sentido tiene volver sobre tal fragante incumplimiento de una plataforma sometida a votación. Miremos hacia adelante. Ese futuro, por el porvenir del pueblo y del movimiento nacional y popular, no puede estar representado ni por Alberto Fernández ni por Sergio Massa. Cristina Fernández de Kirchner, cual Lula, deberá ir por la tercera presidencia, sin certeza de triunfar y menos aún de poder gobernar. Así de inestable es un país que, entre el alba y crepúsculo de cada día, gira un poco más hacia la derecha. No obstante, téngase claro: la derecha no conquista lugares, sino que el progresismo retrocede y los deja vacantes.
Si de algo carece hoy el peronismo que permanece dentro del Frente de Todos es pregnancia territorial, más allá de la lealtad de parte del conurbano. No solo peligra la posibilidad de retener el ejecutivo nacional en la elección del 2023, sino que no debe soñarse con que la provincia de Buenos Aires será el seguro bastión desde el cual resistiremos. La gestión de Kicillof no satisface plenamente y, por eso, se le animan personajes menores como Santilli, Ritondo o algún que otro radical entusiasmado con la resurrección del partido de Alem.
Alberto Fernández ha obrado milagros, pero no los esperados ni los deseados. Timorato convencido de su condición no avanzó con Vicentin, que buena falta nos haría como empresa testigo de alimentos en un momento de una inflación que anualizada roza los tres dígitos. Tampoco, junto con su amiga Marcela Losardo, hoy premiada con un puesto inútil en París por su no menos inepto desempeño en el Ministerio de Justicia, pudo avanzar en la reforma judicial. Los miembros de la suprema Corte, que compiten en corrupción y putrefacción con los que supo contar Carlos Menem, se ríen de su impotencia, de su voluntad lábil, y declaran inconstitucional cualquier Decreto de Necesidad y Urgencia que intente apaciguar la extrema carestía del pueblo, como sucedió con el que intentaba regular los precios de las telecomunicaciones durante la pandemia.
Un mes del intento de magnicidio de Cristina Fernández de Kirchner, lo que ella pone en juego, ni más ni menos que su vida. Por sus posibilidades políticas futuras, que también son las de los que hemos sido severamente castigados por el macrismo y la continuidad que representa en muchos aspectos el gobierno de Fernández. Ahora es un buen momento, para junto con la autoridad intelectual y moral de Mempo Giardenilli, decirle a este Frente de Todos (no al que pueda constituirse escuchando al pueblo en lo inmediato) hasta aquí he llegado. Mempo nos invita a abandonar el barco para subirnos a otro, el de la búsqueda de alguien que represente, verdaderamente, los intereses de los desempleados y empleados bajo la línea de pobreza, otro portento que nos dejará el hombre de las filminas.
Creamos como reza la milonga de Jacinto Chiclana: «Siempre el coraje es mejor/ La esperanza nunca es vana«. No nos queda, en el corto plazo, mucho más que ese acto de fe poética.