Tener «hijos malos» es ridículo, claro, el tema es cómo se «rellena la idea de tener hijos buenos», nos dice Claudio Jonas en esta nueva entrega del segmento sobre psicología y educación en nuestro programa radial Buenas Noticias. Claudio cuanta con una experiencia de más de 50 años de trabajar con familias y chicos, y también unos 20 años como asesor en un jardín de infantes.
Nos propone reflexionar sobre la contradicción que puede significar esta idea, los malentendidos que genera y la conveniencia de acordar lo que significa «hijos buenos». Un tema que no solo aparece en el ámbito de la familia, sino también en la escuela y otras instituciones de la sociedad. Por ejemplo, está relacionado a considerar a la persona buena cuando es «obediente».
«La educación o lo que se llama educación, pero que en la mayoría de las veces es un adcotrinamiento sutil sin proponérselo, cuando una comunidad, una secta, un país, una zona quiere ir formando a sus habitantes de quienes son buenos y quienes son malos, cuál es el enemigo, cuáles son los amigos, es obvio que lo hacen con una buena intención creyedo que es una buena intención que va a ser liberadora o promotora de cosas maravillosas si desaparece el otro, y ese proyecto seguramente le parecerá muy bueno y entonces la discusión ahí se arma porque ¿qué es tener hijos buenos, qué es lo que uno quiere cuando piensa tener hijos buenos?».
Muchas veces esto tiene una respuesta del tipo «Que sean como yo quiero». Pero ese ‘como yo quiero’ no está claro, dice Jonas: «¿cómo me educaron a mí o al revés, porque me educaron de una manera que no me parece que haya sido adecuada para mí y entonces quiero hacer lo contrario?».
Lo que corresponde en todo caso es preguntarse «¿para mí hijo ese proyecto que yo tego para él, será bueno? Porque si es bueno para mí y no es bueno para él, estamos en un problema».
Cuando no se advierte que esto puede derivar en una contradicción o un conflicto, los padres pueden terminar por decir «Eduqué un hijo para que me salga bueno, me salió malo». En todo caso, explica Jonas, tenemos que pensar «cuáles son los parámetros que usamos para decir ‘lo mío era lo mejor y él se volcó por lo que a mí me parece lo peor’. Estamos en un problema serio».
«Es una constante que se refuerza entre la escuela, la cultura en la que uno vive y la familia y la religión que uno adopta. Hay un cojunto de convergentes sobre los que recién aparecen en la vida de la humanidad con ideas, propuestas, ideas que una persona se acomode al espacio», dice.
Sin embargo los que creen que lo que tienen es lo mejor, pierden de vista que «los valores, las ideologías, los ideales van cambiando de lugar por generaciones».
En su experiencia «el 99,9% la observación que uno puede hacer es que hay una contradicción entre una expectativa familiar, social o cultural, o ideológica que no toma en cuenta a la persona a la cual quieren ubicar en un ‘buen camino’. Con un agravante que también pasa en la escuela, es que el buen camino hoy, dentro de 10, 20 ó 30 años puede ser la dirección directa al precipicio».
Entonces, «¿cómo ayudo a alguien a que pueda vivir en un mundo cambiante, con incertidumbre por los 4 costados, con cambis políticos, ideológicos, climáticos, técnicos?».
Esto también a veces se expresa de la forma «Es bueno si es obediente». La idea de hacer caso o ser obediente confunde dos cosas diferentes que hay que preguntarse: «¿Amaestro o educo?».
Algunas personas creen, explica Jonas, que si mi hijo es obediente ya está preparado para salir al mundo. «¿En qué condiciones? De ser obediente». Esto trae aparejado que luego, acostumbrados a obedecer, obedezcan a otros que les proponen cosas negativas.
«Ustedes me dijeron que ser obediente estaba bien, me felicitaban cada vez que era obediente. Ahora sigo por el mismo camino», dice sobre el razonamiento que sigue quien la han enseñado a «Obedecer a los padres, obedecer a los docentes».