Las situaciones de violencia en las escuelas suceden hace largo rato. Los diversos proyectos en los que trabajo desde 2011 junto a otros colegas indican que en las instituciones educativas es una preocupación constante, pero tiene oleadas. Cada “oleada” de mayor interés muchas veces se dispara por hechos graves, algunos de los cuales pasan a ser de dominio público por comprometer la vida de los niños o los trabajadores de la educación. ¿Pero puede resolverse? Hablaré, claro, desde mi experiencia.
Entre 2011 y 2015 me desempeñé como coordinador del programa Envión en Chacabuco, con más de 60 personas trabajando y un total de 450 niños y jóvenes que concurrían a las 4 sedes del programa distribuidas en Chacabuco. Un plan o programa provincial que daba oportunidades a jóvenes en situación de vulnerabilidad. Con visitas, talleres, actividades, intervenciones profesionales, programas educativos (CESAJ), articulación con agentes sanitarios se trabaja en algo poco conocido, y que se llama «prevención».
Un día de 2013 los equipos técnicos me presentaron una problemática de violencia que padecían en una escuela. El directivo de la escuela me presentó a su vez otros directivos, que estaban “en la misma”, digamos. Golpes afuera de la escuela entre niños, escenas de malos tratos y peleas en el aula, “falta de respeto” hacia los docentes, docentes con miedo, transeúntes horrorizados.
Aunque después lo “descubrimos”, también había otros problemas: autolesiones, niños golpeados por padres que concurrían a clase, malos tratos de algunos docentes, personal del equipo de conducción que adoptaba prácticas no recomendables, niños cuyos padres no podían acompañarlos en la educación y hasta falta de espacios de todo tipo para hablar y dialogar las problemáticas diarias.
Fue entonces que contacté a Claudio Jonas, que había publicado en Página 12 varios textos, pero dos me llamaron la atención y los guardé: “Encarar las violencias según sus causas” y “Linchamientos”. A partir de la problemática y con apenas un puñado de recursos empezamos a trabajar.
Aunque me dieran muchas ganas de poder contar cómo se realizó pormenorizadamente aquel trabajo, lo más interesante fue que dio resultado porque todo cambió al poco tiempo. No fue magia, sino fruto primero de un diagnóstico: ¿cuáles son las causas de la violencia?
Una de las herramientas que se usó para saberlo fueron las encuestas por igual a estudiantes, docentes y auxiliares, preguntándole de manera anónima qué situaciones de violencia vivieron. ¿A que no saben qué? Se conocieron situaciones que ignorábamos, algunas de las cuales podían comprometer a la propia institución. Aparecieron allí voces que tal vez no tienen fuerza suficiente para hacerlo de manera pública o directa. Eso les pasa por ejemplo, a los estudiantes con sus docentes, y a los docentes con los superiores jerárquicos.
Ahora, para ello fue necesario mucho trabajo con docentes, directivos, estudiantes, en comprender la complejidad de la violencia como fenómeno. Principalmente, para entender que de la misma manera que la violencia pueda ser necesaria en algunos contextos (la que uso para defenderme de alguien, por ejemplo) en otros es desaconsejable.
En la educación es muy común todavía que (por diferentes razones) se legitime el uso de la violencia en las instituciones como método pedagógico, preventivo, curativo nos dice Claudio Jonas. El resultado es todo lo contrario, por eso ni la pedagogía, la psicología, o los diseños curriculares recomiendan ninguna forma de violencia (ni las amenazas verbales) para aprender o para prevenir y curar.
¿Y por qué no hacemos algo que dé resultado?
Todo indica que el principal problema es un desorden de las prioridades. Se olvida que los niños deben ser los beneficiarios de la enseñanza obligatoria que brinda el Estado por leyes que así lo exigen.
Además hay un temor a debatir y reconocer que esto sucede. En parte porque se cree que hacer público estos temas es desacreditar las escuelas de gestión estatal. Sin embargo, ocultarlo no parece revertir la tendencia. Peor, se agudiza por costados inesperados.
Porque también es comprensible que haya padres que no quieran enviar a sus hijos allí donde pueden ser violentados o están inseguros, o directamente no quieren ir. Por peleas entre compañeros, pero también porque un docente podría gritarte y hacerte llorar por no haber estudiado u olvidado la tarea. Aplicando este mismo principio también tiene toda lógica que nadie quiera trabajar como docente en ese lugar. ¿Qué más podemos pedirle?
Alguien me hizo reflexionar que “la mayoría de las autoridades no envían a sus hijos a escuelas de gestión estatal”. ¿Falta de confianza? Tal vez.
Tampoco lo resuelve esconder en los despachos lo sucedido, que nadie de la comunidad educativa tenga una explicación sobre hechos que todo vieron, afuera de una escuela, en el patio o en el aula. El legado de cuarenta años de democracia no pueden ser ni el silencio ni la resignación.
¿Qué propuesta tenemos?
Como siempre se dice que todos critican y nadie propone, hace un tiempo trabajamos en propuestas. Este mes de agosto presentamos en el programa de cultura Pretextos el taller “La enseñanza y el aprendizaje pueden ser un proyecto maravilloso”, a cargo de Claudio Jonas. Es para interesados (ya sean profesionales o no) en conocer herramientas que permitan resolver estos problemas o buscar alternativas de cualquier índole para mejorar y promover una educación que sea «un proyecto maravilloso».
Como bien lo resumió Jonas, proponemos: “Capacitarse en la detección de causas y circunstancias proclives a las manifestaciones violentas es imprescindible para no convertirse en generador involuntario y poder prevenir, atenuar y resolver dentro de lo posible (porque la infalibilidad no existe) exabruptos violentos y de los otros”.
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*David Chiecchio. Profesor en Historia estudió en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Reside en Chacabuco. Escritor y editor. Responsable comercial en La Posta. Docente de Didáctica de las Ciencias Sociales. Exdirector del programa Envión (promoción de los derechos de niños, niñas y adolescentes). Creativo en Idercom.
*Claudio Jonas. Psicoanalista y asesor pedagógico. Reside en la ciudad de Buenos Aires. Impulsor de la pedagogía sin premios ni castigos, capacitador de docentes y autor. Publicó Hay límites que matan, libro enfocado en acompañar a padres y adultos en el desarrollo y el aprendizaje de los niños. Ha participado en medios gráficos, televisivos y radiales, publicó artículos en Página 12 y en la sección Psicología de La Posta. Como asesor pedagógico intervino en instituciones de salud mental y en más de 50 escuelas públicas y privadas, entre ellas de Chacabuco.